Diez años después de que viera la luz el primer Porsche 911 nació la segunda generación de este mítico vehículo. De ella formó parte el primer Porsche 911 Turbo. Esta generación se estuvo fabricando entre 1973 y 1989.
Si el Porsche 911 Carrera RS 2.7 fue célebre visualmente por su famosa “cola de pato”, la segunda generación del 911 lo fue por sus parachoques. Con forma de acordeón, eran prominentes y con fuelles.
Que los paragolpes del Porsche 911 Serie G fueran así no se debía a un capricho de diseño. Las estrictas medidas de seguridad impuestas en Estados Unidos obligó a la marca alemana a incorporar dicho diseño a los parachoques de su nuevo modelo.
El objetivo de conseguir una seguridad mayor desempeñó un rol muy destacado a la hora de diseñar el 911. Por eso los asientos llevaban reposacabezas integrados y por eso los cinturones de seguridad lo eran de tres puntos.
Las medidas indicadas servían para incrementar la seguridad de quien condujera unos vehículos que equipaban propulsores de 2.994 centímetros cúbicos. Estos bloques mecánicos, en sus versiones normales, desarrollaban una potencia de 200 CV.
El primer Porsche 911 Turbo
En 1974 se lanzó al mercado lo que podría considerarse un “mito dentro del mito”: el primer 911 Turbo.
Este deportivo era un coche con nervio pero muy imprevisible. El turbo incorporado al vehículo tenía un cierto retardo y eso hacía que la potencia se incrementara de golpe y sin aviso. La entrada en funcionamiento de ese plus de potencia inyectada por el turbo provocaba que el coche tendiese a derrapar. Era necesario, pues, tener buena mano y cierta experiencia conductora para sacar a este coche todo su rendimiento y hacerlo de una manera segura.
Para compensar ese “arreón” del motor, este modelo tenía un desmesurado alerón trasero. Ese alerón servía para pegar la parte trasera del coche al suelo cuando el coche entregaba los 260 CV que era capaz de desarrollar.
El Porsche 911 Turbo era capaz de pasar de 0 a 100 km/h en 6,1 segundos. La velocidad máxima alcanzada por este automóvil era de 246 km/h.
Transcurridos tres años desde la creación de este modelo, la marca alemana renovó el vehículo original aumentando la cilindrada hasta los 3.3 litros e incorporando el intercooler.
El intercooler es un radiador aire-aire o aire-agua que tiene como función enfriar el aire comprimido por el turbocompresor. Tras enfriarlo, el intercooler redirige ese aire, a una temperatura óptima, hacia el colector de admisión.
Las mejoras introducidas en esta nueva versión del 911 Turbo lo llevaron a desarrollar una potencia de 300 caballos. Con el paso de los años y las diversas mejoras que se realizaron en el motor de este modelo, el 911 Turbo llegó a alcanzar los 330 CV. Esto permitía a este modelo pasar de 0 a 100 en 5,4 segundos y alcanzar una velocidad punta de 253 km/h.
Otros modelos de la generación G
El éxito de su motor turbo no hizo que el fabricante alemán dejara de fabricar y montar en sus modelos sus tradicionales motores bóxer atmosféricos. Para aprovechar el tirón comercial de su tradicional 911, la marca alemana decidió fabricar ese mismo vehículo con una nueva carrocería.
Fruto de la decisión anterior y del trabajo del equipo de diseño de la firma de Stuttgart nació, en 1982, el Porsche 911 Cabriolet.
Una de las versiones más cotizadas de esta generación fueron los Porsche 911 SC. Ésta era la nueva denominación de los famosos 911 Carrera. El motor de esta nueva versión del vehículo había crecido hasta los 3.2 litros y podían desarrollar una potencia de 231 caballos.
Finalmente, el modelo que delimitó la frontera entre la longeva segunda generación del 911 y la siguiente generación fue un coche que, en muchos aspectos, evocaba al Porsche 356: el Porsche 911 Carrera Speedster. Este modelo poseía un parabrisas delantero más reducido y, la tapa de la capota, poseía una forma de joroba que convertía a este modelo en un modelo muy reconocible.
De la segunda generación de este mítico coche deportivo llegaron a fabricarse casi 200.000 unidades.